5 Jan 2012

No entendía qué me estaba pasando y sentía que me hundía cada vez que reposaba en algún sitio: el suelo de metro, algún sillón o mi cama. Cualquier superficie en que me posara me absorbía como piscina de jalea tibia. Hastiado hasta de mis poros ya ni si quiera tenía ganas de leer mis libros, ni si quiera los que se integraron más recientemente a mis libreros. Tan complejo era mi estado que incluso manifesté síntomas físicos, muestra inequívoca de la somatización de mi malestar indefinido. Pensé que podría estar cansado de mi mismo, y comencé a volver sobre mis pasos por si me percataba de algo. Miraba de reojo algunas cosas que no quería recordar; pero ese intento por evitar 'aquello' hacía que fuera en lo único que me concentraba, por más que sólo le dedicara una mirada superficial y medio despreocupada. Me hallaba cada vez más en la sima, cada vez más borde del abismo hacia arriba.
Ayer, en mis vagancias, comencé a editar algunos poemas. Comencé por pequeñas correcciones de puntuación para facilitar la lectura, pero al poco rato me vi de lleno cambiando renglones completos y podando meticulosamente palabras como quién corta las ramas de un bonsai a la vez que lo acaricia. Eran poemas con los que estaba muy encariñado y podarlo no era tarea sencilla. El primero que refaccioné fue "edad de oro" de Jorge Teillier. Seguí con otros que no recuerdo y mi hastío no desapareció.
Ha decir verdad, el hastío aún sigue, pero creo saber más o menos como salir de la piscina de jalea tibia en la que me encuentro y es que aunque caminé sobre mis pasos no fui lo suficientemente agudo (quizá sólo presté atención a lo que tenía que mirar de reojo) para darme cuenta que dejé de escribir. Dejé de hacerlo por Sábato, por esas líneas que leí en abaddón. "Escribe sólo cuando de ello dependa tu vida" decía una epístola, no sé si dirigida o emitida por Ernesto. Tampoco puedo verificarlo pues obsequié el libro a alguien que sí recuerdo. No eran las lecturas lo que me agobiaban, tampoco el calor que tanto he maldecido ha sido el que trajo el tedio. No es la ciudad ni la falta de ejercicio físico. Me faltaba escribir. No me di cuenta lo vital que se había vuelto la escritura para mí y quizás por eso volví a este espacio, que aunque en una suerte de exhibicionismo monológico que quisiera entender menos como atadura y más como posibilidad. De qué? Aún no lo sé, y espero no saberlo. Al menos no tan pronto.

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