21 Sept 2010

Canon.

Le gusta ir al cine. Esta vez, como muchas otras, fue al cine solo. Lo primero que hizo al entrar a la sala fue sacarse las zapatillas y ponerse cómodo; lo suficiente para poder disfrutar de los cómodos asientos que ofrece el CineUC y, al mismo tiempo, alcanzar a leer los subtítulos sin que una cabeza se interpusiera en el camino. No es que la sala estuviera llena, pero justo había una cabeza de mujer que le impedía llegar al cenit de la comodidad, ese momento donde el cuerpo está a punto de resbalar y dejarse caer suavemente sobre el suelo.
Lo de la comodidad no fue problema porque la película estuvo entretenida. A ratos pasaba Hitchcock por su mente, quizás por haber visto demasiadas películas de él estos últimos días. La música le gustaba, y todos saben que una película sin una banda sonora, por muy buena que sea, está condenada al infierno destinado especialmente para las películas que tienen una mala banda sonora, como "la nana" o "la isla siniestra". La música de "El escritor oculto" lo hacía recordar "Psicosis". Quizás por esto de la música le agradan tanto las películas de Joe Wright y "Ein Freund Von Mir" está entre sus favoritas. La cuestión es que esta película, la última de Polanski, tenía una historia entretenida. Le hizo llevar las uñas a la boca en un par de ocasiones y mantenerse atento sin darse cuenta del transcurso del tiempo durante toda la película.
Como todo en la vida, la película terminó. No se quedó a ver los créditos porque la canción que sonaba de fondo lo incitaba a irse. Alexander se llamaba el señor cargo de la música. Al salir de la sala fue a la editorial a buscar algún libro de Teillier porque tenía ganas incontrolables de leer algo de él. No tenía dinero para comprarlo y tampoco tuvo la suerte de encontrarlo.
Salió a la calle y sintió el leve calor de la tarde, la primera de la primavera de este año. Caminaba al metro con la mente en blanco, verde, naranja, morado y tonos pasteles. De pronto un poco de nostalgia cayó de un árbol, no caía "agua mustia" ni "angustia", caía nostalgia, de esa que se encuentra en Teillier y en algunos rincones desde donde se mira el pasado. De la boca del metro salían colores tímidos que lo abrazaban, eran dos violines que tocaban una de sus canciones favoritas... era el Canon de Pachelbel. Sabía que no era coincidencia. Se quedó escuchando hasta que acabaron de tocar, y no hubo un después.

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