No soy un profesional de la escritura. Aunque las palabras sean sagradas y meticulosamente precisas, el motivo de mi escribir no es el escribir mismo o la forma hacer, sino un simple recurso mnemotécnico.
No escribo para otros, lo hago para mí.
No soy un escritor, palabra que refiere un pretérito que no poseo. A lo sumo, podría decirme escribiente, algo más presente, más volátil, más pequeño.
Ya he aclarado obscuramente que la memoria me posee y que (me) la escribo con un afán que desconozco. Pero no es todo.
No poseo expertice en el uso de adjetivos. Los descriptivos me rehúyen y con los colores y un puñado de antónimos hago mis tejidos.
Suelo usar conceptos de saberes densos, intertexto casi incomprensible, como un chiste interno en yo y mi mismo.
La metáfora me resulta áspera, rugosa, forzada. Ni hablar sobre los demás tropos cuyos nombres confundo y cuya significación altero ocasionalmente.
Sin embargo, no es sólo en lo referente al lenguaje donde habitan mis limitaciones, y es que mi estilo de vida resulta absolutamente impropio.
No soy dado a las relaciones sociales, no las busco; más bien escapo de ellas. Por lo mismo no poseo cercanía con mis pares y no se me confían escritos de tipo alguno, aún cuando a mi juicio soy bastante buen lector y cumplo con aquello a que me comprometo, pues, como dije, la palabra es -para mí- sagrada.
La adulación me parece obscena, y no sé diferenciarla de un cumplido o sincero halago. No sé decir ni escuchar bien de alguien, aunque lo he intentado en más de una ocasión. No sé si se puede aprender o seré siempre un retardado.
A mí favor puedo decir que me gusta el té, los salones de té, los pasteles y la buena comida en general. En mi contra, que en esta época los bienhechores del mester literario ya no frecuentan dichos espacios ni compartes semejantes gustos. Salvo algún Vicente Huidobro o ejemplar bizarro de la nueva burguesía.
No soy bueno conquistando mujeres. Se me ha dicho que “los poetas” son muy “mujeriegos” . No obstante, mi precario domino de los adjetivos, la constante huída de las relaciones sociales, esa falta de tacto con las palabras amables y una torpeza inaudita para con las personas que me parecen agradables hacen que mi talento (y mi material genético, porqué no) extravíe el camino de la reproducción.
Se preguntará quién lee, porqué tanta obsesión con dejar claro que no se es algo que, al parecer, no se quiere ser. Parece una empresa absolutamente ociosa. Y sin negar que es una empresa ociosa, en mi defensa puedo decir que sí, que quisiera ser de esos que escriben bien y algunxs llaman poetas. De esos que poseen un talento especial con el lenguaje y son capaces de trabajarlo tenazmente. Y aunque en el camino he erigido ingentes esculturas a Jorge Teillier, Raúl Zurita o Eduardo Llanos, creo que me encuentro tan lejos de mi meta como ellos de las esculturas que les he levantado.
No sé cómo esto cambie en el futuro, pero es bueno dejar constancia del presente. A esto llamo hacer memorias, crear recuerdos; y para esto es que suelo emplear el lenguaje escrito. No es la vocación más pura de un lingüista y, considerando que no soy uno, espero no cometer ningún atropello o violar algún derecho; todos saben que las violaciones no están de moda y no es bueno ir contra las modas en estos tiempos.
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