Los motivos que me llevan a hacer algo o no hacerlo nunca han de ser cognoscibles. Por más que sea un convencido en el desarrollo de la ciencia, no es más que un acto de fe. No logro entender la vida, ni las palabras que ocupo para nombrarla. No sé si el propósito es entender algo o nada. Me cuesta abrir los ojos por las mañanas y mientras más pienso, más me cuesta hacer. Mientras menos pienso y más autómata me vuelvo, voy juntando dolor acá adentro. No sé si el dolor es susceptible de ser acumulado, o si incluso existe algo que pueda serlo, pero sólo puedo decir que es muy difícil ser autómata todo el tiempo cuando no se es una máquina.
Si le preguntaran a Roberto C. -ejercicio imaginario por supuesto-, qué lo llevó a matarse, y si él respondiera honestamente, quizás no echaría la culpa ni responsabilizaría a los demás. No significa que los hubiera perdonado, eso ni lo piensen. Significa que en el momento, en el instante crucial los motivos que lo llevaron de un no-hacer particular a un silencio definitivo de sus haceres-en-el-mundo han de haber sido completamente inaprehensibles. Por lo mismo resulta estúpido intentar comprenderlo, porque el entendimiento no es capaz de explicar.
Me gustaría abandonar todo por un par de años o más, me gustaría saber si alguien quisiera rescatar mi memoria y cuánto me querría después de ver quien he sido.
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