22 Aug 2013

No te puedo ocultar mi pesar, y desearía que estos días que van a pasar me escribas algo que me haga sentir amado, algo que me devuelva la esperanza y que aplaque este miedo, esta sensación de abandono que se me pega a la ropa como humo de cigarro, miedo a que me dejes y tener que enfrentarme a mi realidad oscura y lóbrega, realidad podrida y húmeda, porque de verdad, hoy lo único que sé, es que quererte me salva de esa realidad. Transforma mi cruz en algo ligero, como una sonrisa tuya; o algo suave como tus piernas; quererte cambia mi amargura en algo honesto como tus manos.

Esta vez no te arrojo ninguna cuerda para que vuelvas, sólo las he estado hilando para tenerlas a mano en caso que vea que tu barca se aleja de la mía sin ánimo de volver, espero que la cuerda sea al menos lo suficientemente larga para que la alcances y no estés lo suficientemente embarcada como para pensar que es más seguro seguir adelante que desandar ese comienzo prometedor que te augura un futuro espléndido, lleno de aventuras.

De todas formas este viejo que te escribe cartas desde tierra firme, que pareciera marearse en alta mar; que cuando sale a pescar siempre lleva su bufanda y su abrigo sólo por precaución aunque el sol límpido se encumbre entre las nubes. Este viejo solitario sabe que eres la única que podría sacarlo de su refugio, hacerlo abandonar su armadura y arriesgarse a quizá tener un pequeño descuido, un insignificante acto fallido, y dejar -sin darse cuenta-, en casa, su bufanda. Y no será mucho para ti, pero él, al sentir el viento abrazar su cuello, sabrá que ya no hay vuelta atrás, que el camino de regreso que había marcado con migas de pan ya no existe y que su vida no será más como un cuento infantil, ese lugar seguro del que nunca quiso salir. 

No comments:

Post a Comment