24 Sept 2011

Todo para esto, para estar al borde del colpaso. Planifiqué cada paso a seguir, escudriñé mi mirada día y noche para que no me delatara, porque lo que hacía era aún más macabro que un suicidio. Dejé de escribir. Giré sigilosamente la válvula de la olla a presión hasta callarla por completo. Comencé a guardar incluso los suspiros, guardé las corontas de las manzanas, los cuescos de las paltas y la pepas de los tomates. Guarde también cada atisbo de Diógenes para que no se me culpara de alguna impureza social. Mi plan era perfecto y este es su objeto: la Desesperación autocreada. La neurosis es difícil de crear en uno mismo, pero con el tiempo y las herramientas que el psicoanálisis ha puesto a mi servicio, no es una tarea que requiera un esfuerzo descomunal. Asimismo estar desesperado durante un instante no es gran mérito pues puede confundirse una causa azarosa con las voluntariamente dispuestas para tal propósito. Sin embargo la Desesperación, no ya como un estado transitorio sino como un estado de ánimo habitual, requiere de un esfuerzo descomunal. Estar en cada instante al borde del llanto, cada instante al borde de la locura, del grito, de la violencia. Sentir que cada estímulo, desde la fricción de las manos de una mosca frotándose hasta el crujir de la madera por la noche; desde la luz del sol hasta la precaria elasticidad de la propia piel para contener un estado tan frágil como la Desesperación.

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