20 Apr 2011

Tengo un vecino que tiene ya varios años encima. Debe tener muchas historias que contar, pero pocas personas a quienes contárselas. Mientras duraba el verano siempre nos saludaba, porque le gustaba pasearse por fuera de su casa que queda frente a la nuestra. Casi coincidentemente con la llegada del equinoccio, desapareció. Yo pensaba que podría haber migrado al norte, para escapar del invierno, pero la verdad fue otra. Estaba enfermo y ya no salía de su casa. Con el tiempo su cuerpo sanó, pero seguía sin salir. No era que tuviera temor de recaer ni le faltaran excusas para fumarse un último cigarro en la calle mirando como pasa el tiempo a su alrededor. Hoy mi hermana me contó que el vecino tiene depresión, que no quiere salir, no quiere comer, no quiere vivir. Nos dio pena. Sentí nostalgia de su saludo, extrañaba sus bufandas; quería verlo dar los pasos titubeantes de abuelo que arrastraban más que la suela de los zapatos. Quizás sea este su último Otoño. Quizás sea mi último Otoño en esta casa, con estos vecinos. Quizás sea el último Otoño y después de este sólo habrá invierno durante seis meses, no habrá ocasión de pisar las hojas crujientes porque la lluvia las habrá puesto lánguidas; no habrá opción de sentir el viento frío helarme los brazos porque estarán siempre cubiertos por un sweater; (inconcluso)

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