23 Sept 2010

A.B.C.

De nuevo fui solo al cine. Sí, me gusta el cine. Entré a la sala y estaba solo. No sabía que quería ser el primero, pero quería ser el primero y entrar a la sala y estar solo. Fue de lo más agradable. De nuevo me esperaba Polanski, pero esta vez tenía expectativas por la película anterior. Leí un libro de A.B.C. y no sabía si volver sobre el cuento que acababa de terminar, o comenzar uno nuevo. Me puse a escribir. Conté a todas y cada una de las personas que entró a la sala. Los clasifiqué entre joven, adulto y viejo, masculino y femenino. No revisé sus genitales para determinar el sexo, sólo lo hice en base a la primera impresión. Supongo que por estar en la Universidad Católica no tendría mayor relevancia problematizar al respecto, aunque no dejaría de ser divertido y quizás enfermo y poco saludable, tener que verificar los genitales de una persona para determinar sexo.
Lo único que quería era que apagaran las luces para poder quitarme las zapatillas, porque debo reconocer que me da cierto pudor hacerlo con la luz encendida. Más aún considerando que el público era en su mayoría compuesto por lo que se llama "viejas cuicas". No es que me caigan mal, si son señoras todas muy simpáticas que lo hacer reír a uno a mandíbula batiente, siempre y cuando uno no sea el blanco de sus comentarios.
Saben? da lo mismo la película, lo único que tenía en mente al comienzo era la idea absurda de un encuentro inesperado con alguien. Cualquier persona. Da lo mismo porqué. De verdad da lo mismo porqué. Lo otro importante es que tenía en el cuerpo una sensación de mierda, de esa que hace mucho tiempo no sentía. No puedo negar que por muy de mierda que fuera dicha sensación le tengo cierto aprecio. Pero es una tristeza madura, no es de esas cosas del momento, no es la muerte de alguien ni estar conmovido por una película o una historia. Es una pena que ya no sentía. Es una pena que no se produce de las cosas que uno experimenta durante el día, es una pena con la que se despierta en la mañana y tarda un día entero en salir, o más si el sueño se repite.
Terminó la película y la sensación vacía seguía ahí. Llegué a mi casa y nada. Los cuentos de A.B.C. no ayudaban a cambiar la situación, ayudaban a mantenerla. Ahora escribo con los dientes apretados, la mandíbula tensa, los dedos helados y esa misma sensación que me tiene atrapado desde la mañana. Ya no espero fútilmente que se me pase, espero resignadamente que pase el tiempo. Y con él, como todo, esta pena que llevo a cuestas.

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