21 Aug 2009

Oh! hermonos míos.

Oh! queridos hermonos.
Vosotros os sorprendéis con lo vil del mundo,
con lo vil de los demás.
Yo me sorprendo, oh, hermonos míos,
con mi propia maldad.

Porque no hay maldad mayor que la mía,
aquella que reside en mi mente
y descansa esperando algún día la psicopatía.
Dejar la neurosis represiva
el algún sitio eriazo
y correr a desprenderos la piel a pedazos.

Oh, hermonos míos, que su piel vale nada;
sus pelos me dan asco,
y sus mentiras, son dulces verdades para mí.
Las saboreo con apetito y gusto,
las devoro completamente y las dejo habitar en mí con pleitesía.

Así, alimentan mi maldad,
esa que algún día, oh, hermonos míos,
los ha de sorprender,
ya no por crueldad impiedad
homicidio venganza tortura o desprecio,
sino por dejaros vivir tranquilamente,
por dejaros subsistir eternamente
en este mundo de mentiras y maldad vuestra,
oh, hermonos míos.

Esa Maldad que siempre es del alguien más.

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