28 Jun 2009

Rien qu'un Rêve

Mi paraguas me había olvidado en algún café y salió sin esperarme. Aún no era el momento para marcharme, la lluvia seguía copiosa y mis manos no estaban los suficientemente frías. Mi cuerpo aún podía controlar ese tambaleo característico del frío intenso, y no anhelaba en demasía el calor humano que emanaba del metro.

Muy poca gente en las calles, muy pocos niños. Uno que otro perro callejero que caminaba de un lado a otro sin interrumpir su rutina por razones climatológicas. Con el agua que caía desde algún lugar en lo alto, al parecer cayó también un peso gigante y extenso que agachó las cabezas. Ya nadie miraba al cielo pidiendo explicaciones ni buscando respuesta; nadie buscaba consuelo: Llovía.

Era la ducha generosa que no discriminaba -y de la que todos trataban de rehuir- la que anegaba los espacios de gente no-tan malhumorada con no-tanto frío en un tiempo no-tan preciso. Salía el vaho, luego los paraguas salían de las cabezas de las personas, luego el musgo, luego los primeros brotes, luego salían también algunos gorriones, luego un poco de sol, un poco de viento, y un poco de sol de nuevo. Luego salen los pensamiento diáfanos de las mentes de quienes observamos escondiendo la mirada en los refugios naturales de los que nos provee nuestro cuerpo: las manos, los brazos, el pelo, los párpados.

Se abren los ojos. Fue un buen sueño.

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