3 May 2009

Las hojas se entristecen y se vuelven opacas.
El cielo, en su opacidad voluntaria,
ha obscurecido la ciudad.
Los citadinos nunca habían advertido
que la ciudad era tan gris como entonces,
nunca habían notado la dureza del concreto.
Había aún, escondidos en algún recoveco,
tiernos animalitos de colores
que festejaban la lluvia nostálgica de otoño
y la recibían con la cara desnuda llena de pasividad y sorpresa.

Del otro lado del mundo
habían humanos atosigados con la polución
de la que ellos mismos eran parte.
Cansados de si mismos
desdeñosos de la rutina
abruptamente acercándose a un precipicio
esperaban muy en el fondo estar del otro lado,
pero por la ventana sólo veían un espejo.

Entre la pasividad y la angustia
había quienes podíamos ir y venir
a cualquier lado del mundo
sin tener que jugar todo el tiempo al mismo juego,
porque no somos de un lado ni del otro:
estos eran los que más se divertían.

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