Los sentimientos de vacío que solía despreciar ahora son añorados por mi cuerpo insensible e indolente. Las palabras resuenan huecas en las paredes petrificadas de mi mente. Tus insultos rebotan en mí, haciendo eco de tu impotencia y de mi soledad consagrada. Palabras brotan como rocas: “tu esfuerzo es vano”.
Ya no soy el mismo, incluso mis órganos han mutado conmigo. Ahora prefiero respirar gases pesados y ancestrales, para, una vez sumergido en mi desesperación ulterior, tocar fondo los más rápido posible. Ahora prefiero que tus manos dejen de acariciar un cuerpo muerto, y que tus palabras dejen de ser las interlocutoras de una demencia que te despoja de esa mirada tuya que solía acrisolar, incluso, toda la flor marchita y seca.
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