27 Feb 2009

Escribir.

Empecé tarde
y ya no no puedo volver a empezar.

Aunque ya no me duele la ventaja que me llevan,
no me hiere saber que voy último
y que sigo corriendo la misma carrera.

Tampoco tengo la esperanza de que reconozcan mi esfuerzo,
porque eso también implica logros,
que por supuesto no poseo.

Mis medallas son el anonimato,
la soledad, y la obscuridad lóbrega
de las mismas palabras
que siempre suenan en mi mente.

Y estoy conforme...

A veces juego a que no me gusta,
finjo lágrimas en el show que monto sólo para mi deleite
y esparzo la nostalgia por la habitación llena de mí;
leo mis palabras y finjo impotencia ante el espejo
-único espectador-
Finjo que estoy cansado de todo este derroche
y finjo muy sencillamente escuchar palabras de consuelo
que posiblemente vienen de ninguna parte.

Otras veces juego a ser persistente,
y me escondo en los significados complicados,
en las palabras rebuscadas, los problemas semánticos
y las letras de idiomas ininteligibles.

Pero aquel que finje estar triste, termina siempre por encontrarme:
me saca de mi refugio y me obliga a jugar con él
hasta que la actuación sea perfecta
y ya nadie sepa qué es verdad o mentira,
Y ya nadie sepa qué hay de verdad en mí.

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