No es fácil no involucrarse. No se trata de no establecer relaciones afectivas, sino de no meter la nariz. La cuestión se complica cuando la nariz es grande y quizás sin darse cuenta se mete por ahí, sola, sin que la llamen.
Estaba llorando solo, se tapaba la cara con las manos y lloraba desconsolado. Las personas pasaban, y yo también. Maté mi curiosidad preguntándole porqué lloraba. Su respuesta aumentó mi curiosidad. Comencé a imaginar su historia, dibujaba sus relaciones en un sociograma imaginario, establecía variables por doquier y las cruzaba. Mi precaria fuente de información era suficiente como para lograr suponer todo un entramado social, una historia de abuso, una familia numerosa, la necesidad de trabajar, socialización callejera, abusos sexuales en la familia, y una moneda prostituida que aplasta el ruido y deja un seco silencio. Ella no me esperó mientras yo me detuve a satisfacer mi curiosidad, es más, dijo que el niño me había engañado, que era todo mentira para que yo le diera un billete, un pedazo de papel que había sido más tocado y venerado que Ella.
De todas formas daba lo mismo, ninguno de los dos iba a hacer algo por él más que arrojarle algo… una mirada sobre el hombro o un pañuelo para secar las lágrimas; da igual, iba a seguir en la calle, con la cara sucia y con motivos de sobra para llorar más allá que los pacos le hayan quitado o no la caja de helados para vender. Porque aunque Ella hubiese tenido razón y yo hubiese sido engañado, es una 'mentira' sólo puede ser pensada por quien ya es parte del inventario de la calle.
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