Ganas absurdas,
pasiones delirantes,
cuerpos infernales,
shocks demoníacos,
persecuciones paranoicas y
atracciones esquizoides.
El psiquiátrico es fascinante.
Poetas que escriben cartas incomprensibles
a las flores del jardín,
cartas de amor y locura
-a veces sólo locura-
que las flores responden con desprecio.
Cuerpos lastimados,
heridos,
sangrando por dentro
con cuatrocientos amperes por milisegundo,
corazones constreñidos,
apretados,
angustiados.
Entonces el poeta piensa en la flor,
y en su escaso momento de lucidez y cordura
entiende que vale más amarla a ella
que a cualquier otra enfermera
que siente placer atando manos indefensas
y estremeciendo cuerpos
ya demasiado lastimados
como para poder si quiera descansar.
A veces el psiquiátrico no es tan fascinante,
sino un poco lastimoso.
Quizás dos o tres pocos
y unos cuantos tantos.
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