La precaria producción
ha elevado el valor monetario de nuestro producto,
es necesario aumentar la producción con prudencia
de modo que no desperdiciemos nuestra oportunidad.
La producción literaria viene en aumento,
el valor planetario
ha decrecido considerablemente.
Hay una lucha
en el mercado de valores
que incrementó sostenidamente
el precio de los insultos.
Ahora que abundan,
y que la demanda se sostiene,
el precio se estabiliza.
No queremos un sub-óptimo de insultos,
sería tremendo no poder insultar en el momento preciso,
quizás llevaría a distopías terribles
como el entendimiento o la empatía;
quizás sólo neurosis.
En el mejor de los casos habrá producción de sobra,
pero no se despreocupen
que un poco de preocupación siempre es buena
para la moderación:
Imagine que, dada la creciente demanda,
el aumento demográfico proyectado,
el deterioro lingüístico inminente
y el impulso de las campañas publicitarias,
podrían repercutir en un agotamiento de todos los insultos.
estos perderían valor dada su vulgaridad,
la resignificación de palabras
de modo de convertirlas en insultos terminaría,
más temprano que tarde,
por insultizar todos los léxicos,
los que, enfrentados a la carencia de lenguaje
que no significara valorativamente insultos
o denostaciones,
se verían obligados a desistir.
El silencio sería el nuevo insulto,
uno grave, uno tremendo e incomprensible.
Pero las palabras juegan todavía en nuestras bocas
y no piensan estas cosas,
se dejan usar para múltiples propósitos
y permanecen en nuestras mentes sin ser dichas.
También puede que no.
qué más da.
Palabras más, palabras menos.
Me gustan todas,
lo que significan,
los universos de (mal)interpretación que producen
y la imaginación post-lingüística que no tiene límites.
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