5 May 2012

Post N° 673

A mi prima le dije que había tres cosas, que llamaré en adelante "golpes", que me habían atestado directamente a la nariz -que cubre una superficie considerable de mi cara por lo demás. El primero de ellos fue dado por Zurita, el "superpoeta." Poco había leído de Zurita en ese entonces y por mi apetito voraz llegué a Inri, el primer libro que encontré en la biblioteca de La Reina. No quise leerlo allá y me lo traje con otros tres libros que devolvería puntualmente a los tres o dos días. Ese día, el día que leí Inri, me di cuenta que la poesía, que el hecho de escribir poesía y armar esos artefactos que nos afanamos en llamar libros no es una tarea amateur. El superpoeta me golpeó directo a la nariz, no sangró mucho, pero me manché la camisa: me di cuenta de la diferencia entre un profesional de la escritura y de quién lo hace por pasatiempo o mera pasión relegada a un segundo plano en la vida diaria. Aún cuando yo escribía todos los días, no era metódico ni prolijo; mi escritura estaba a años luz de Zurita o Teillier. Etendí entonces la diferencia entre un libro y un poemario.

El segundo golpe me lo dio otro chileno, Carlos E. Sánchez. Él me dijo que "describir la pobreza no es poesía, es violarla, no entender que estás palabras son furia, rebeldía." Mis palabras sólo describían, describía la furia, la rebeldía, la pasión, mis vicios, oh, mis vicios... la nostalgia. Pero mis palabras no eran nostalgia, no eran pasión ni rebeldía ni furia. Ahí estaba la otra diferencia, pues ya no siendo un profesional de la escritura como zurita; tampoco me era posible escribir furia, como Carlos Sánchez, sino describirla. 

El último golpe que recibí, porque no me fue suficiente con dos para desistir de este empleo tan mal retribuido que es escribir, me lo dio Sábato. En un intercambio epistolar leí que no se debía escribir así, sin más. No. Le recomendaban dejar de escribir y sólo hacerlo cuando de ello dependa la vida, sólo escribir cuando sea la única manera de mantener la cordura. Entendí que debía dejar de escribir, y eso he intentado. Dejar de escribir hasta que sienta que de ello depende mi vida. También decidí regalar ese libro y fue lo mejor que pude haber hecho.

Hace mucho tiempo quería ser poeta. Aún lo deseo, más de lo que soy capaz de reconocer públicamente. Creo que mi camino no es la escritura, pero no significa eso que abandone la poesía. Espero honestamente poder, algún día, caminar con sencillez, no esperar elogios por mis acciones, sentir el pasto en mis pies sin culpa alguna y poder mirar a la belleza de frente y a los ojos. 

Con esto doy por cerrado este espacio.
Merci à tous ceux qui ont dèjá partagé avec moi cet space.

Tomás.