El vacío siempre está.
A veces tenemos la suerte,
buena o mala,
de ponerle nombre,
de concederle un origen
que podemos llamar padre ausente
parentales asesinados en dictadura
familiares torturados
hermano muerto en un 'accidente'
bullying, abuso sexual o violencia intrafamiliar.
Pero el vacío siempre está.
Escondido detrás de un gran edificio que cubre el cielo
que aveces llamamos trauma
o detrás de todas las cosas cotidianas
el vacío siempre está.
No sé si es fortuna o infortunio
poder nombrar ese origen
no sé si es más o menos nefasto
poder camuflarlo, vestirlo, disfrazarlo
o mirarlo a secas,
sin algo en medio;
porque no se puede estar en ambos lados al mismo tiempo.
Sé que el vacío siempre está,
que a veces se esconde detrás de la mirada de las niñas
cuando sonríen a sus padres
o en una ducha somnolienta un día cualquiera de invierno
o en la última función del ciclo de cine de los cincuenta
en el que un puñado de ancianos y yo nos sentamos
a dejar que el tiempo pase sobre nuestros cuerpos
esperando que la eternidad
no sea más que esos 90 minutos de obscuridad y nostalgia.
El vacío está,
se esconde detrás de todas las cosas
y en ninguna de ellas se siente tan patente
como saber que no estás cerca,
que cada año que pasa me alejo más,
y que aún me contento sólo con ver tu sonrisa en la pantalla
aunque siempre sea para alguien más.